El tijuanense Jaime Munguía retomó el control de su destino boxístico con una victoria por decisión unánime sobre el francés Bruno Surace, en una revancha cargada de tensión y cuentas pendientes. Aunque no logró noquear a su rival como se esperaba, el mexicano fue claramente superior durante la mayor parte del combate, recuperando oxígeno luego de dos derrotas consecutivas que pusieron en duda su proyección como campeón.
Aquel nocaut sufrido en Tijuana aún pesaba, y esta vez Munguía optó por la cautela desde el campanazo inicial. Durante los primeros asaltos, ambos pugilistas midieron distancias. El mexicano se mantuvo prudente, recordando con claridad el volado de derecha que lo tumbó en su anterior encuentro. Consciente del peligro, estudió los movimientos de Surace y mantuvo la guardia alta.
Por su parte, el francés se mostró escurridizo, con buen manejo de piernas y fintas constantes, buscando neutralizar el ritmo de Munguía. Sin embargo, el mexicano fue ganando terreno, soltando combinaciones más certeras y tomando la iniciativa a medida que avanzaban los episodios.
El quiebre llegó hacia el quinto asalto, cuando Munguía comenzó a acorralar a Surace, desgastando su defensa y empujándolo contra las cuerdas. Aunque el europeo tuvo destellos de respuesta en el séptimo round con algunos volados peligrosos, el dominio del mexicano se volvió evidente.
El punto culminante se dio en el noveno asalto, donde Munguía lució implacable: presionó, conectó al cuerpo y agotó físicamente al francés, que empezó a mostrar signos visibles de cansancio.
Sin necesidad de una caída, las tarjetas hablaron por sí solas. Los jueces otorgaron la victoria a Munguía, quien no solo se quitó la espina del nocaut anterior, sino que envió un mensaje claro: sigue con hambre, sigue de pie y no ha dicho su última palabra en el ring.

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